sábado, 10 de marzo de 2012

55 días sin fumar



Cuando apagué aquel último cigarrillo, hace ya cincuenta y cinco días, era consciente de lo que me esperaba: una puta visita al Infierno. 

Así fue. Y embelesado por mi auto-inmolación decidí embravecer tal Sacrificio releyendo algunos capítulos de mi novela "Dejar de fumar es imposible", pues odio leer mis textos. 

Ocurrió algo entonces. Un suceso paranormal. Comprendí que la mayor parte del apoyo que necesitaba en aquel instante lo llevaba yo a cuestas, sobre mis hombros, encarcelado en mi maldito cráneo, sí. Y llegué a tal conclusión cuando un personaje de mi propio libro, el Director de una disparatada terapia "anti-tabaco", alguien a quien yo mismo había creado, se puso en contacto conmigo... 

Yo había escrito estas palabras, pero me sonaron aquel día como si realmente estuviera pronunciándolas otra persona, y dirigidas a mí:

   -Fíjense, hay algo que no entiendo... Sólo una cosa es imprescindible: que ustedes estén seguros de que desean dejar de fumar. Si dicho deseo es sincero, entonces el sueño se hará realidad. No lo duden. Porque cuando vayan a encender un cigarrillo estarán expuestos a dos anhelos contradictorios: por un lado, el deseo de inhalar todo ese humo que su cigarrillo les promete, y con ese humo las sustancias a las que son ustedes adictos; por otro lado, aparecerá el deseo de no hacerlo, de no encender esa cosa que no aporta nada bueno a sus vidas. Todos somos adictos a este deseo, pues se trata ni más ni menos de nuestro instinto de conservación. Es una adicción genética, algo a lo que ni el más intrépido de los seres vivos puede dominar o poner cortapisas. Pienso que... 

   Herbert Montejano se puso en pie y comenzó a pasearse a lo largo y ancho del hangar acariciándose la perilla con aire muy pensativo. 

   -Exacto, sí -murmuró como si estuviese reflexionando en voz alta-. Es eso lo que no llego a comprender... Porque, claro... Ustedes quieren dejar de fumar; si no quisieran es obvio que no estarían aquí. Y dejar de fumar es algo tan sencillo como no encender el próximo cigarro. Eso es algo que se puede hacer, ¿no? Evidentemente. Si dejar de fumar dependiera de alguna otra cosa... Si requiriese algún tipo de entrenamiento, por poner un ejemplo... En tal caso podría darse la posibilidad de que alguien que deseara dejar de fumar no pudiese hacerlo. Pero no es así. Ustedes pueden dejar de fumar. Sin embargo, no lo hacen. Sólo se me ocurren dos cosas: puede ser que en realidad no quieran dejarlo; creen que sí lo desean, por las razones que todos conocemos, pero internamente, de un modo inconsciente y totalmente irracional, no quieren dejar de fumar. La otra solución que le encuentro al enigma es mucho más sobrecogedora: no sólo pueden dejar de fumar sino que además quieren hacerlo en todos sus niveles de consciencia... Lo que ocurre entonces es que “creen” que no pueden. Dios bendito, eso raya con la esquizofrenia...

No sé... Cincuenta y cinco días después de abandonar el tabaco siento la necesidad de animar sinceramente a todos los fumadores a mandar esa mierda a la mierda. Es jodido, sí, pero está de puta madre.