viernes, 12 de agosto de 2011

Huellas de parásito: "El discurso de Octavio"

Este fragmento de mi novela Huellas de parásito corresponde a una secuencia en la que se analiza desde ángulos diversos una realidad no tan novelesca como pudiera parecer a simple vista. Octavio, un joven   traumatizado por una Revolución imaginaria, despliega en el interior de un bar su caciquismo inflamado sobre una muchedumbre compuesta por cuatro seres vivos: un seguidor de Ghandi que vive en una moto, una hippie rubia que sueña con viajar al espacio, un politoxicómano que trabaja como ilustrador en una editorial católica y un pequeño terrier de Yorkshire a quien todos llaman Guardiola.


El discurso de Octavio

"Ese es el problema, precisamente. La Izquierda debe partir de presupuestos iconoclastas, mucho más teniendo en cuenta que la Derecha ha hecho suyos conceptos universales con fines únicamente mixtificadores... Ahora no debemos obsesionarnos con cambiar a los gobernantes; debemos concentrarnos en liberar al hombre de los grilletes que le hacen sentirse a salvo de la miseria sometido al 3,5 % de no sé qué cojones... La Derecha se obstina en hallarle ubicación al Feudalismo en cada instante de la historia. Otorga un poder ilimitado a los bancos, un poder legislador... ¿Lo dudáis? Vamos a ver, ¿cómo puede un usurero determinar los límites de la usura? Es inconcebible. Ecologismo, Pacifismo, una mierda... La Derecha es un racimo de mafiosos a quienes hacemos más y más omnipotentes con nuestra fuerza productiva... Otra clave es la religión. Todavía tenemos que soportar la carga de media humanidad que se resiste a asumir la autonomía de la Voluntad y el Entendimiento. Esto es escandaloso, joder. Que todavía exista quien sólo por creer en un ídolo de indemostrable existencia se sienta en mayor medida legitimado para dogmatizar y exigir el cumplimiento de sus dogmas, me cago en dios... Que la Iglesia continúe poniendo obstáculos al Hombre en temas que sólo al Hombre le incumben es repugnante, y más repugnante aún es que existan tantos millones de personas a quienes les parezca bien, no ya la Moral que impone la iglesia, sino el hecho de que se la imponga a creyentes y a no creyentes..."




Puede observarse que el tal Octavio estaba muy preocupado aquella noche. Siempre, en realidad. Suele suceder cuando pasas tu infancia en el interior de una tienda de lencería. 

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